Infertilidad: médicos derrotados, médicos esperanzados

En España, cerca de un millón de parejas padece algún problema relacionado con la infertilidad. Y un buen número de ellas, alrededor del 17% acaban recurriendo a técnicas de reproducción artificial, de tal forma que se realizan cada año unos 150.000 ciclos de fecundación in vitro y unas 35.000 inseminaciones artificiales. 

Si se tiene en cuenta que entre un 75 y un 80 por ciento de estos programas se realizan en el circuito privado, no es muy difícil imaginar que hay un gran negocio.

Según la quinta revisión del informe elaborado por DBK sobre el sector publicado el pasado mes de marzo, la facturación de los más de 280 centros privados dedicados a este negocio en España no ha dejado de crecer en los últimos años, alcanzando los 480 millones de euros anuales en 2019, más de un 25% superior a la cifra de hace cinco años. El montante de estos tratamientos asciende a unos 632 millones de euros, si se incluyen los programas de reproducción artificial realizados en la sanidad pública. 

En este negocio se factura, obvio, por inseminaciones artificiales y por procedimientos de fecundación in vitro, entre otros procesos. Pero también por la congelación de óvulos con vistas a ser implantados años más tarde, o -lo leo atónito en un diario- “la maduración del óvulo en laboratorio para mejorar el confort de la madre” (sic). 

Fracasados, sí. ¿Cómo si no se puede calificar a los médicos que, en vez de tratar de curar las causas de la infertilidad, las obvian y sólo ofrecen a los pacientes otros caminos que además pueden perjudicar aún más su salud? 

Estas técnicas conllevan un sinfín de objeciones médico-éticas en las que no entraremos en esta ocasión, muy relacionadas, por una parte, con la agresividad e impacto de sus procedimientos en la salud femenina y, por otra, por la manipulación de los embriones que, por pequeños que sean, no dejan de constituir desde su origen un ser humano único, irrepetible, con toda su carga genética y, aún más importante, su dignidad. 

Pero también cabe cuestionarse sus bajísimos resultados si entendemos como “éxito”, sin entrar en otras consideraciones en las que merecería la pena detenerse, la consecución de un embarazo a término de un bebé sano. Porque las tasas en este sentido de la reproducción artificial son realmente desalentadoras. 

Médicos derrotados

No sé si han advertido que evito utilizar el término “tratamiento” al hablar de estas técnicas, por que en realidad no lo son. Los ginecólogos, obstetras y demás personas involucradas en este lucrativo negocio son médicos y profesionales (malos profesionales, a mi juicio) fracasados. 

Fracasados, sí. ¿Cómo si no se puede calificar a los médicos que, en vez de tratar de curar las causas de la infertilidad, las obvian y sólo ofrecen a los pacientes otros caminos que además pueden perjudicar aún más su salud? 

Son, valga la comparación, mecánicos a los que uno llega con su coche renqueante y, en vez de abrir el capó y observar lo que falla, detectar la avería y tratar de reparar el vehículo, dijeran sin levantarse de la silla: “Como estás deseando llegar a la meta, dame un pastón por esta burra y ya veremos si llegas y en qué condiciones, pero paso de revisar el motor”. 

Tengo claro que, en el mejor de los casos y siendo bien pensado, se trata de ginecólogos con moral de derrota, sin intención de curar, que ignoran el principio básico médico de no dañar y se lanzan -y arrojan de igual manera a sus pacientes- por el camino de un encarnecimiento que, a la postre, supone una grave violación de la dignidad humana. Principalmente, como parece claro, del niño, a quien se trata como un producto al que tienen ‘derecho’ a toda costa unos adultos. 

Médicos esperanzados

Por fortuna, no todos los médicos especializados en ginecología y obstetricia se enfrentan a los problemas de salud reproductiva de sus pacientes de la misma manera. Muchos han dedicado sus vidas a tratar de curar, con respeto a la dignidad de la vida humana y su integridad, esos problemas para lograr el nacimiento de un hijo. Pero tal vez ha llegado la hora en España en que la medicina al servicio de la reproducción humana dé un vuelco. 

La Naprotecnología, recientemente llegada a nuestro país y desarrollada hace décadas en los Estados Unidos, es una especialidad médica que se basa en el diagnóstico y tratamiento de las causas de la infertilidad de la mujer y el hombre, en colaboración con ambos y nunca sustituyendo la fertilidad natural. 

Aunque lograr un nacimiento vivo con Naproteconología puede llevar más tiempo, tiene una mayor probabilidad de ocurrir”

Basado en una observación sistemática y evaluable del moco cervical, también trata de forma integral al varón y, en el caso de detectar enfermedades que otros ya no saben abordar sin recurrir a la fecundación artificial, cuenta con métodos quirúrgicos avanzados que permiten restaurar o al menos mejorar de forma notable la fertilidad, en caso de que sea posible. 

Pero, ante todo, se trata de un programa integral de acompañamiento a la mujer y el hombre que esperan recibir un hijo mediante el mejoramiento general de su salud, no sólo de la parte sexual y reproductiva, teniendo en cuenta aspectos como, por ejemplo, la alimentación. 

Y ahora viene la pregunta del millón… ¿Cuál es la efectividad de la Naprotecnolgía? Según un estudio publicado en 2013 por el  Journal of Ethics de la Asociación americana de Medicina, “el número de mujeres que finalmente logran un embarazo con Naprotecnología es más alto que el número de embarazadas con técnicas de reproducción asistida. Por lo tanto, aunque lograr un nacimiento vivo con Naproteconología puede llevar más tiempo, tiene una mayor probabilidad de ocurrir”.

Según otro estudio publicado en 2008 sobre la aplicación de esta tecnología natural en Irlanda, “la proporción acumulada de nacidos vivos para aquellos que completaron hasta 24 meses de tratamiento fue de 52,8 %”. 

Pero aún hay más. La Naprotecnología tiene resultados muy significativos en el caso de afecciones comunes como la endometriosis, el síndrome de ovario poliquístico o el síndrome premenstrual. 

Uno de sus especialistas, el doctor Christopher Strout, ha señalado en una conferencia impartida en 2015, los impresionantes resultados en estos y otros casos:

En caso de endometriosis: 56-76% de nacimiento de un bebé, frente al 21% de la reproducción asistida o la ginecología tradicional. En caso de síndrome de ovario poliquístico, un éxito entre el 62,5% y el 80% frente al 25,6%. Si se diagnostica síndrome premenstrual, la Naprotecnología logra un 95,2% de tasa de éxito frente al 43%. 

Al tiempo, esta técnica reduce la posibilidad de partos prematuros al 8,3% frente a un 16,9% y los abortos de repetición en un 79%. 

Ya sea por su respeto integral de la dignidad del ser humano; por su vocación médica de diagnosticar, tratar y curar siempre que sea posible y mejorar la salud general de las personas; o por sus éxitos a la hora de lograr resolver la situación de infertilidad, la Naprotecnología es un caballo ganador, que antes o después irá convenciendo a cada vez más pacientes

Su único talón de Aquiles -pero al tiempo su mayor fortaleza- es que va a contracorriente en lo cultural  y supone un testigo incómodo de que la poderosa industria de la fecundación artificial no es sino un suculento negocio que se aprovecha de los problemas de fertilidad para hacer caja sin pararse en otras consideraciones. Y no va a dejarse ganar terreno sin enseñar los dientes.

* Publicado en Woman Essentia


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