Que la situación de Pablo Casado al frente del Partido Popular es más que delicada no hay ni que explicitarlo a estas alturas. Y no son pocas las voces que hacen análisis, expresan críticas abiertas o, los menos, ejercen defensas numantinas de quien sustituyó a Mariano Rajoy en la presidencia del partido en julio de 2018.
Algunos de sus más cercanos ya han abandonado el barco al discrepar del rumbo decidido en la gestión de la crisis interna que él mismo ha provocado al denunciar, sin aparente base probatoria, una supuesta corruptela de la que hasta el momento es la mejor baza electoral del PP, Isabel Díaz Ayuso.
Y no es mala idea acudir al Pablo Casado de entonces cuando, de la mano del murciano Teodoro García Egea, logró imponerse al resto de candidatos, de manera muy singular ante Soraya Sáenz de Santamaría.
Tal vez de todas las voces que se han oído hasta el momento, Pablo Casado deba atender a la suya propia:
«Tenemos muy claro que este partido es una de las columnas vertebrales del sistema democrático español y por tanto tenemos que estar a la altura de las circunstancias en momentos recios para nuestra nación», proclamaba el día de su elección.
Pablo Casado aseguraba entonces que en la batalla electoral interna nadie había perdido y se dirigió a su predecesor Mariano Rajoy con un elogioso «va a ser muy difícil estar a tu altura».
Pablo Casado debe escuchar su propia voz si quiere conservar algo de dignidad política -y tal vez personal- cuando concluya esta tormenta
Un Casado entonces conciliador, reivindicó a los compromisarios que no preguntaran a nadie a quién habían votado en las primarias internas para preservar la supuesta unidad lograda. Aún más, empeñó su prestigio y su palabra:
«No tengo palabras para agradecer vuestras muestras de ilusión, de entusiasmo, también de ambición de futuro. Y sólo os puedo decir que no os voy a defraudar».
Hoy sabemos que ha defraudado a muchos. Incluidos algunos de sus más cercanos. Y a numerosos cargos del partido y miembros con responsabilidades de gobierno autonómico y local. Según pasan las horas, el repudio es mayor. Muestra notoria de este sentimiento fue la manifestación de afiliados y simpatizantes en las puertas de la sede de la calle Génova reclamando su dimisión el pasado domingo.
Pablo Casado debe escuchar su propia voz si quiere conservar algo de dignidad política -y tal vez personal- cuando concluya esta tormenta. En julio de 2019, apelaba a «reconquistar el corazón de todos los españoles, despu´és de las semanas tan duras que hemos tenido que vivir como formación política» e instaba a «volver al eje de la sociedad española» con el objetivo de «recuperar nuestra base electoral» y «enarbolar nuestras señas de identidad de siempre».
El Casado recién elegido presidente del Partido Popular, proclamó también: “Son nuestros programas, nuestras ideas y nuestros principios, los que tienen que volver a centrar la confianza de todos los españoles». Y tras detallar lo que llamó su «contrato con España», añadió, en referencia a Pedro Sánchez:
«Tenemos un gobierno que nos recuerda que tenemos que estar más fuertes que nunca. No podemos tolerar que se siga haciendo una agenda de ruptura con nuestro pasado, con nuestros sentimientos más hondos, con nuestra economía, con nuestro estado del bienestar, con nuestra posición internacional, incluso con la división que genera el conflicto independentista».
Pedro Sánchez sigue en la Moncloa y el panorama es aún más tenebroso. Tal vez Pablo Casado quiera reconsiderar sus propias palabras sobre el líder socialista, o sobre la situación interna del partido de entonces, que se puede aplicar con más razón a la actualidad:
«Ya no vamos a gastar ni un minuto más a hablar de nosotros. Tenemos que volver a hablarles a los españoles. A decirles que estamos aquí, que estamos dispuestos a liderar otra vez esta sociedad. Y que lo vamos a hacer unidos».
Casado, que presumía de asumir «la responsabilidad de pertenecer al mejor partido de España, a uno de los más grandes de Europa, reclamó el apoyo de los suyos, para lograr un partido «fuerte»: «Depende de nosotros, depende de vosotros. Os necesito a mi lado, os agradezco vuestro apoyo y os garantizo que de aquí , de este congreso, volveremos a tener en las instituciones y en el Gobierno de España a un Partido Popular fuerte que seguirá transformando la España de nuestros hijos».
Parece más que evidente que no ha logrado fortalecer a una formación que es hoy por hoy necesaria para conformar una alternativa a Pedro Sánchez y sus aliados de bandera negra de huesos y calavera. Aún más, Casado ha debilitado al Partido Popular de forma extraordinaria.
Uno podría decir que es ventajista tomar un discurso de vencedor de primarias para aplicar sus previsibles exageraciones y apelaciones a la unidad para aplicarlas al momento presente. Pero no ha sido la única ocasión.
En el mes de febrero de 2019, Pablo Casado se dirigió a la Junta Directiva Nacional en términos muy similares, ante la convocatoria de elecciones autonómicas y generales en los meses de abril y mayo.
Reclamaba entonces unidad, concordia y un Partido Popular que «esté a la altura de lo que nos jugamos. Tan alto como hemos estado siempre que España se la estaba jugando. Tan fiable como hace falta ahora, cuando nos estamos jugando lo principal. Tan movilizado, tan decidido a ganar como se merecen nuestros militantes y nuestros electores».
En efecto, era difícil estar a la altura de Rajoy, como vaticinó Casado. Desde luego, en lo que a decepcionar a las bases electorales se refiere lo ha logrado. Rajoy mintió con descaro para obtener la mayoría absoluta y dio alas a Ciudadanos y Vox. Casado parece haberse empeñado en consolidar a Vox, machacando a Isabel Díaz Ayuso, única capaz hasta la fecha de mantener a raya a los de Abascal, que siguen creciendo de manera más que notoria en el resto de España, con excepción de Galicia y País Vasco.
Pablo Casado se lo ha dicho todo. Sólo tiene que escuchar sus propias palabras y, en un último gesto de honradez, entregar la cuchara.
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