8 formas de acabar con la ‘violencia de género’

8 formas de acabar con la violencia de género. /Pixabay - nicolasdecardenas.com

Cada 25 de noviembre se celebra el Día internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Así al menos es como lo titula la Organización de las Naciones Unidas, aunque comúnmente, al menos en España, se conoce como el Día contra la Violencia de Género.

Cualquiera que no sea un psicópata, un inconsciente o alguien con problemas para encajar heridas emocionales pasadas está de acuerdo en que la violencia es un mal que deber ser prevenido a priori, combatido con la fuerza legal cuando se produce y castigado a posteriori.

Esto es aplicable a todo tipo de violencia, no sólo a la que se produce contra la mujer. Y, por supuesto, no sólo contra la que se produce contra la mujer por un varón.

En ese empeño, quiero aportar 8 consideraciones para erradicar la llamada violencia de ‘género’.

1.- No la llamen violencia de género

No porque sea un nombre más o menos feo o controvertido. Eso es lo de menos. Lo importante es que no responde a la realidad de las cosas y, por tanto, no designa una verdad. Y los problemas hay que afrontarlos desde la realidad de los datos porque, si no, son irresolubles.

El género es el material con que está hecha una prenda o una categoría gramatical. Confundir el sexo biológico con un sentimiento o una autopercepción sólo impide abordar las cosas como son.

2.- Eliminen la legislación inútil

El 28 de enero de 2005 entró en vigor la Ley Orgánica de Medidas de protección Integral contra la Violencia de Género. Fue aprobada por unanimidad de los partidos con representación en el Congreso en ese momento.

Se trata de una ley que subvierte algunos principios del Derecho como la presunción de inocencia e impone mecanismos antijurídicos como la inversión de la carga de la prueba, de tal forma que es el denunciado el que debe probar su inocencia y no, quien acusa, la culpabilidad.

Pero es que además de ir contra natura de la ley, es ineficaz para el supuesto objetivo que persigue. Sólo en la última década, según datos del INE, el número de mujeres consideradas víctimas se ha mantenido estable en torno a las 30.000. En todo caso habría que discutir mucho sobre cómo se obtiene la condición de «víctima», cuando se han habilitado mecanismos para que estamentos administrativos extrajudiciales puedan conceder tal condición o se incluyen mujeres por el mero hecho de denunciar, aún sin sentencia condenatoria para el supuesto agresor.

El sambenito de maltratador cuando te han detenido un viernes por la tarde en la puerta de tu lugar de trabajo o en la escalera de tu edificio es una losa demasiado pesada para la mayoría

Si fijamos la vista en el número de mujeres asesinadas por varones desde que se tienen estadísticas referidas a la -mal llamada- violencia de género (2006) se han superado las 1.000, con una media de unas 60 al año.

Llama poderosamente la atención que las cifras más bajas de mujeres asesinadas registradas se hayan producido precisamente en los años 2020 y 2021, en plena pandemia, cuando las situaciones de convivencia en los hogares han sido de especial dificultad y estrés, aún en las familias más funcionales a estos efectos, confinamiento ilegal (Tribunal Constitucional dixit) incluido.

3.- Desmonten el sistema judicial viciado

Las conversaciones con muchas de las víctimas de la ley anteriormente citada a lo largo de los últimos años y una buena dosis de investigación me lo han confirmado.

El sistema judicial destinado a abordar este asunto tiene gravísimas deficiencias. Sin ánimo de ser exhaustivo citaré dos cuestiones.

La primera, que los juzgados especializados se han convertido, de alguna manera, en tribunales en los que los acusados casi nunca pueden salir bien parados. Tan es así que un numero altísimo de procesados acepta condenas en conformidad la primera vez que son denunciados, por miedo a no volver a ver a sus hijos y como mal casi inevitable para no entrar en la cárcel.

La segunda, que los equipos psicosociales son estructuras alegales, asociadas a los juzgados, que ejercen labores filopericiales sin necesidad de aplicar criterios normales de imparcialidad, mérito o sorteo para su elección, con lo que se vician los procesos.

La paradoja de todo esto es que la inmensa mayoría de los denunciados (en torno al 80 %) no llega a ser condenado, pues las causas se archivan o son sobreseídas. Sin embargo, esto no impide que se desate, tras cada denuncia sin probar, un tsunami de consecuencias personales, familiares, laborales, jurídicas y sociales que llevan a la desesperanza de muchos varones. Y, en el peor de los casos, al suicidio.

Porque el sambenito de maltratador cuando te han detenido un viernes por la tarde en la puerta de tu lugar de trabajo o en la escalera de tu edificio es una losa demasiado pesada para la mayoría.

4.- Usen bien el dinero: no más chiringuitos

Visto que no mejoran las cosas, merece la pena plantearse en qué demonios se están gastando las millonadas de euros destinadas a estos menesteres. Pues en todo y en nada, valdría decir. En todo aquello que no produce ningún beneficio tangible para acabar con esta tragedia y en nada realmente útil para obtener el mismo fin.

Está contado hasta la saciedad, pero nunca parece que sea suficiente, que existe una red clientelar de organizaciones, empresas jurídicas, grupos, asociaciones y chiringuitos varios que, a cuenta de la -digámoslo una vez más- mal llamada violencia de género llevan muchos años viviendo de dar la matraca y no solucionar nada.

Sólo el Pacto contra la Violencia de Género suscrito en 2017 preveía una inversión -hoy confirmado despilfarro- de 1.000 millones de euros durante 5 años.

Pero hay mucho más y no parece que los datos signifiquen nada para los gobernantes, a la vista de las últimas noticias: El presupuesto del Ministerio de Igualdad se duplica por encima de los 500 millones de euros, con la excusa de dedicarlo, precisamente, a combatir la -mal llamada- violencia de género.

5.- Analicen el factor cultural en serio

Uno de los mantras asociados a este asunto es el de que existe un fantasma asesino e implacable en la sociedad llamado heteropatriarcado que, de manera estructural y cultural, fomenta en el varón una tendencia irrefrenable a ser violento contra las mujeres. La exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, fue más allá al asegurar que esa tendencia concupiscente está insertada en el ADN de los hombres. Y no hace falta más comentario al respecto.

No hay más que asomarse a los datos con un poco de rigor para advertir que no existe tal estructura social opresora en España que ‘fabrique’ de serie asesinos en potencia.

Ninguna acción temeraria por parte de una mujer justifica que sea objeto de violencia. Pero no estaría de más fomentar la responsabilidad

Según datos del Ministerio de Igualdad recogidos por EPData, 721 mujeres fueron asesinadas a manos de varones nacidos en España entre 2003 y 2020. En el mismo periodo, 342 mujeres fueron asesinadas a manos de varones nacidos fuera de España. Esto supone que en el 32,1 % de los casos, el varón asesino nació en un país con una cultura diferente de la nuestra.

No hace falta ser un lince para deducir que los nacidos en otros países perpetran muchísimo más este tipo de crímenes, en proporción a su población. Según el Instituto Nacional de Estadística el 15,4 % de los empadronados en España nacieron en el extranjero a 1 de enero de 2021.

Hagan la cuenta de a cuántos asesinatos tocamos los celtíberos irresolublemente machistas y heteropatriarcales, siendo el 85 % de la población y a cuántos los nacidos en otras tierras, el 15,4 %, con otros estándares sobre la igualdad entre hombres y mujeres o las mínimas normas cívicas de convivencia. Por cierto: el país de origen más numeroso entre los extranjeros que viven en España es Marruecos, país de mayoría musulmana.

He abundado en el argumento de la sociedad con códigos misóginos inamovibles porque es el que emplean los ideólogos de género, pero no puedo cerrar el dato sin advertir, que la nacionalidad por sí misma no explica nada. Existen otros muchos factores como la tasa de alfabetización, el nivel de estudios, la renta anual, el lugar de residencia, etc. que seguro que también influyen en la ecuación. Jugarlo todo a la baza del origen nacional o extranjero es tan temerario como injusto, aunque generalizar pueda ser útil desde el punto de vista argumentativo en ocasiones.

6.- Combatamos toda violencia

Aunque suene insano, lo cierto es que las causas aparentemente más nobles -aunque estén pervertidas como es el caso- se vuelven odiosas, o al menos rechazables, cuando se nos machaca constantemente como si no hubiera otro asunto que tratar, por grave que sea.

Llevamos tantos años oyendo campañas contra la -mal llamada- violencia de género y este concepto se ha ampliado tanto, que da la sensación de que todo lo es: Abrir una puerta, ceder el paso, dar una mala contestación a una mujer -con razón o sin ella-, lanzar un piropo, invitar a tomar algo, mirar con interés…

Oigan, si vamos a combatir la violencia o el maltrato a la mujer no deberíamos dejar de lado cuestiones como la prostitución, la esclavitud sexual, la pornografía, el acoso laboral por causa de la maternidad, la utilización de mujeres en ‘granjas’ de vientres de alquiler, la mutilación genital o el aborto. Todos ellas son realidades que ejercen violencia contra la mujer que, o se obvian o se aplauden o se desprecian.

7.- Eduquen en la responsabilidad

Ninguna acción temeraria por parte de una mujer justifica que sea objeto de violencia. Pero no estaría de más fomentar la responsabilidad, en especial en la juventud.

Cuando se incita a los jóvenes a vivir al límite de las pasiones, los deseos y los meapetece del momento, enturbiando la sagrada libertad hasta convertirla en libertinaje, se les monta en un coche sin frenos, embalado hacia un precipicio.

Repito, ninguna imprudencia justifica ni ampara que se sea objeto de un acto de violencia. Pero de ahí al «sola y borracha quiero llegar a casa» que enarbolaba la ministra de Igualdad, hay un trecho. Un abismo más bien. ¿Cómo se puede desear a nadie, menos a una adolescente, que ingiera más alcohol del recomendable y que retorne al hogar en soledad, sin ayuda?

8.- Enseñen una antropología verdadera

El mal sólo se vence por el bien. Y por eso hay que educar en lo bueno, lo bello y lo verdadero y no imponer a todas horas consignas ideológicas fuera de la realidad, por lo que ya se ha apuntado más arriba.

Es necesario comunicar la grandeza de la dignidad humana, de su esencia dialógica y relacional. El ser humano se explica y crece en la complementariedad del varón y la mujer y en el fruto creativo de su encuentro.

Cualquier cosa que no sea mostrar el bien, la belleza y la verdad de esta complicidad integradora es ocultar una antropología adecuada a la realidad del ser humano, la única capaz de combatir esta lacra.

El resultado de las políticas desarrolladas hasta la fecha por la mayoría de las administraciones, que consiste en atizar las brasas del enfrentamiento entre sexos, es desastroso.

Ya no sólo por las víctimas mortales, que por supuesto, sino porque esa siembra sólo cosecha desconfianza, ruptura, sospecha, dolor o incomprensión. Y con ese grano no sale harina sino mohína existencial que socava las bases de las familias, los barrios o las corporaciones sociales intermedias de todo tipo.

Sólo con se aplicara esta última recomendación en serio durante el número suficiente de años, sería suficiente. Pero de momento me parece que contar con la administración y la mayoría de los partidos políticos es imposible.

Lo mismo es que ha llegado nuestra hora.


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